domingo, 23 de marzo de 2008

¿Y quién quiere a Tokyo?

Quizá no debería hacerse una actualización o crítica sobre un libro que no he leído al completo, del que una larga mitad me separa de su desenlace final...

Pero como considero igual de importante a leerse un libro el período en el que te cansas de un libro, lo abandonas y luego vuelves a leerlo, hablaré un poco de "Tokyo ya no nos quiere" del afamadísimo escritor en círculos gafapastas y tremendísimo macho ex- novio de Cristina Rosenvinge, Ray Loriga (en una frase se puede decir mucho de una persona).

Esta es una de las novelas más importantes de su autor y tiene una premisa bastante interesante: un vendedor de drogas en Norteamerica cuya mercancía sirve para olvidar el pasado, todo lo que se quiere, llegando a vivir todos en una sociedad en la que todo el mundo tiene de todo salvo recuerdos, y en el que la gente puede inventarse toda su vida de nuevo porque ni nadie, ni él mismo, puede recordársela.

Con una premisa tan interesante y, recomendado por una amiga (a la cual puedo devolvérselo mañana o darle una oportunidad estar 3 meses más con él), me lancé a ciegas a leerlo. No empezaba mal, lo que es un buen rasgo como escritor de Ray Loriga, sabe engancharte en la historia, sus recursos de estilo son interesantes y muy cuidados y sabe mantenerlos, casi casi a lo largo y ancho de toda su novela.

Pero eso es sólo lo que parece, porque una forma tan cuidada, la forma por la forma pierde al lector entre una masa de recuerdos olvidados de los que uno mismo sólo desea aislarse y escapar, no en un sentido poético, ha habido múltiples ocasiones con el libro en mis manos que lo he cerrado como quien sale corriendo de un callejón sin salida porque ha visto una sombra.

¿Es necesario tanto cambio de visión del personaje, tantas reflexiones y tanta estética de diario para contar esta historia? Supongo que para lo que anda por la cabeza de Loriga sí, es imprescindible contarlo así.
Para Airín como lectora, No, no es imprescindible sino que la deja perdida en una maraña de reflexiones psicológicas (en ocasiones bastante pedantes e innecesarias) en las que su única motivación es salir y que el personaje protagonista coja el coche y siga huyendo.

Hay grandes cosas en esta novela, sobre todo para los lectores trascendentes habituales de Loriga, como el retrato que va construyendo de un personaje que no aparece en la historia, que el protagonista ha olvidado pero no logra olvidar por completo. Un personaje de una mujer de Tokyo (o relacionada con Tokyo... como no he terminado el libro no puedo hacer un spoiler y reventar un final que, seguramente, yo no entendería) que él amaba o ama, que no sabe de todas las drogas que toma en el libro.

Por otro lado, él, el protagonista, no acaba de encajar en ningún lugar para mí. Antihéroe, sin memoria, un fugitivo continuo y elegante que imagino tan atractivo como Loriga, se queda desdibujado, borroso, moviéndose en el mar de recuerdos perdidos.

Y eso es lo que no me gusta en esta novela, que todo está en el aire, etéreo, perdido, entre nubes como si no existiera. No sé que cuenta, no sé lo que hay, no sé donde estamos pasadas 180 páginas... y lo peor de todo es que no sé si quiero saberlo...

Ya veremos.
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