domingo, 6 de abril de 2008

Chiyoko

Ya estoy de vuelta. Los tétricos días sin Internet han pasado. Como prometí hace tiempo aquí está mi relato con el agua como temática (más o menos...). Como siempre se agradecen pedradas a la cabeza y demás ataques.
Ya sé que es un poco largo pero animaos a leerlo, andaaaa, vengaaaa. No es de lo mejor que he escrito, pero sí puedo decir que me lo curré un poco más que de costumbre.


Chiyoko lo sabía todo sobre barcos. Le había hablado a Liam mil veces de ello, pero aquella era la primera ocasión que tenía de navegar con ella. Mientras observaba a Chiyoko, con los pantalones cortos, descalza sobre la cubierta, recortada contra el cielo rojo del atardecer solo podía estar agradecido. Ella, inclinada sobre la barandilla, contemplando el océano Pacífico, no se había percatado de su presencia. Se acercó suavemente por detrás y la rodeó con el brazo por la cintura. Ella se lo sacudió de encima bruscamente.
-¿Qué pasa?
-Lo has estropeado.
-¿Qué?
-El momento.- dijo ella, molesta quizá por tener que explicarse.
-Vale, sólo quería…
-Da igual, simplemente estaba disfrutando de… eso, el momento. Sola.
-Vale, vuelvo abajo.
Chiyoko no contestó, simplemente se giró hacia el mar y Liam volvió a bajar las escaleras, enfadado. Cuando estaba a punto de entrar de nuevo Chiyoko le llamó.
-No he visto delfines. Pensé que nadarían junto al barco, pero no he visto ninguno.
Liam la miró extrañado y de pronto el cielo empezó a oscurecerse rápidamente, como si el ocaso se hubiera acelerado.

Despertó. La cabeza le dolía y olía a quemado. El mundo se había puesto del revés y el sol brillaba bajo su mirada. A pesar de la confusión actuó con rapidez, guiado tal vez por el instinto. Tiró del agarrador de la puerta y empujó con fuerza, cargando con todo su cuerpo. Se abrió con más facilidad de la esperada y Liam se vio precipitado hacia el exterior. Se quedó un instante tumbado en la arena, recuperando el aliento, sin importarle el polvo que se asomaba al interior de su boca. El suelo quemaba su piel, y a su espalda el sol del mediodía hacia lo propio. Con un suspiro, el aire caliente entrando como licor por su garganta, se decidió a ponerse en pie. Despacio, sin estar seguro de si el dolor que sentía era mera magulladura o algo peor, apoyó las rodillas y las manos, sintiendo la arena clavarse en sus heridas, y se alzó. Pudo mantenerse sin mucha dificultad. Tenía los ojos entrecerrados, llorosos, y aun tardaría un poco en acostumbrarse a la brillante luz fuera del vehículo.
Miró a su alrededor a la inmensidad de arena que le rodeaba y durante un breve momento no supo muy bien donde estaba. Poco a poco empezó a deshacer la confusión. Estaba en Libia, en el Sahara. Estaba haciendo una travesía por el desierto cuando por alguna razón el jeep volcó y rodó por la arena. Se fijó en el vehículo. De lo que había sido la parte inferior, y que ahora se exponía, animal panza arriba, salía un pequeño hilo de humo gris. Liam pensó si habría peligro de explosión. Sin tener una respuesta clara, pero sintiéndose responsable se acercó a la puerta. Estaba casi seguro de que su conductor, un tipo muy charlatán llamado Ibrahim, estaba muerto, pero no podría perdonarse el no comprobarlo. Se asomó y le asaltó el mundo negro y rojo del interior, el olor de la sangre y el sudor. La cabeza de Ibrahim se apoyaba grotescamente contra el volante, y su pelo rizado estaba empapado en sangre. Liam alargó la mano y tocó el cuello del conductor. Esperó un rato y palpó en varios puntos, no estando muy seguro de donde debería buscar el pulso. No importaba, no había nada que buscar. Por mucho que probara la sangre ya no fluía por aquel cuerpo. Se introdujo un poco más en el coche y alcanzó con mayor esfuerzo del que había calculado la mochila que había tirado en el asiento trasero unas horas antes. Sabía que la cantimplora estaba medio vacía, pero era el único líquido que tenía.
Se levantó de nuevo, con la cantimplora en la mano, con ganas de abrirla y echar un buen trago, pero sabiendo que no debía hacerlo.
Con una mano sobre sus cejas recorrió el horizonte. Intentaba encontrar alguna pista, algo más que la infinita arena que le indicara el camino. Era inútil. Era duna sobre duna hasta donde podía ver, donde el límite entre cielo y tierra se volvía confuso. No se puso nervioso, no más de lo que el accidente le había provocado. Habían salido de la ciudad a las diez. Miró su reloj. Eran las doce. ¿Durante cuanto tiempo había estado desmayado? Se esforzó por recordar el viaje. No podía centrar el accidente, sólo aparecían imágenes inconexas, como si su cerebro se hubiera bloqueado un minuto antes del siniestro. El dolor era la única constante en su memoria.
Sabía que debía empezar a moverse. La ciudad estaba hacia el Este, de eso estaba seguro. Tomó esa dirección, guiándose por el sol. La saliva comenzaba a volverse pastosa en su boca. Mientras caminaba por el monótono paisaje recordó súbitamente un sueño que le había asaltado dentro del coche, durante el periodo de inconsciencia. Era en realidad un recuerdo, el de su último viaje con Chiyoko, el pequeño crucero improvisado en el barco de su abuelo. Durante la travesía tuvieron alguna discusión absurda, como tantas veces, por alguna nimiedad. Sin embargo Chiyoko se había marchado después de eso, sin ninguna explicación. Nadie supo donde se había ido, ni porqué. Y Liam aun se planteaba si fue por él.
Un ruido detuvo sus pensamientos. Era como algo grande, pesado, arrastrándose por la arena tras él. Se detuvo y el ruido también lo hizo. Era el sonido de sus propias pisadas, claro, amplificado por la calma del lugar, por el silencio dorado de la arena. Era un lugar de incertidumbre. A pesar de la luz brillante, y el espacio abierto, se sentía atrapado y vulnerable. Y la sed crecía a cada minuto. Su boca se secaba, pero resistía la tentación de beber. Sabía que debía conservar el agua lo máximo posible.

Chiyoko se quedó quieta y tembló un momento presa de un escalofrío. En seguida la luz volvió, era sólo una nube pasajera. Liam había temido durante un instante que fuera a llegar una tormenta y les estropeara el día.
-Menos mal- dijo la voz suave de Chiyoko mirando al cielo.
-Si.- respondió escueto Liam. Se acercó al borde de la cubierta y se asomó al fondo azul oscuro, profundo, del océano. –No, no hay delfines. ¿Debería haberlos?
-No, pero pensé que habría. Llámalo “instinto marinero”.
Liam rió ante la propuesta y relajó su estado de ánimo. Se giró para mirar de nuevo a Chiyoko y apoyó los codos en la barandilla. Le hizo un gesto con la mano y ella se acercó con una media sonrisa. Se abrazaron suavemente y la pequeña tensión que había flotado durante unos momentos sobre el aire salado se disipó.
Después ella se separó e inclinó su cuerpo sobre la barra de metal. Liam hizo lo mismo y miró abajo. Mientras su mirada iba y venía con cada ola empezó a vislumbrar al fondo una silueta. Primero supuso que era un efecto óptico. Poco a poco la sombra empezó a definirse más, hasta que ya no había duda de su realidad. A su lado Chiyoko se sorprendió:
-Es enorme.
-¿Qué es, una ballena?
-Eso parece.
Liam contempló extasiado la figura. A medida que parecía acercarse más a la superficie veía que el tamaño era incluso mayor de lo que había parecido. Cuando se hubo acercado lo suficiente adivinó un color grisáceo en lo que debía ser el lomo. Pero antes de que pudieran llegar a discernir la apariencia completa de la criatura, ésta volvió a descender y desapareció. Liam se giró y sonrió a Chiyoko.

El tiempo se acumulaba como arena al pie de una duna. Liam sentía el sol a su espalda bajando hacia el horizonte. Le dolían las piernas y el sol había quemado ya toda la piel expuesta. La muñeca bajo el reloj empezaba a irritarse de modo que lo desabrochó y lo guardó en el bolsillo. Paró un instante y miró fijamente hacia el Este. Seguía sin haber rastro de nada que no fuera arena. Recordaba algunas rocas de color más oscuro a los lados del camino que había seguido el jeep. Pero ni siquiera eso estaba a la vista.
Tras recuperar el aliento reanudó la marcha. Trató de tragar saliva, pero sólo sintió el dolor bajando por su garganta. Pasó la lengua por el paladar y casi pudo oír el raspar de una contra otro. No podía aguantar más. Se descolgó la cantimplora mientras caminaba. Desenroscó el tapón con sus manos agrietadas, pero cuando alzó el recipiente hacia su boca notó su pie derecho hundirse en la arena, la rodilla se dobló y el suelo se acercó a él. La cantimplora voló de su mano y el líquido transparente se perdió entre la arena al instante. Sin poder siquiera emitir un grito con su reseca garganta Liam intentó ponerse en pie y lanzarse a rescatar la poca agua que pudiera quedar intacta. Al apoyar la mano sobre la arena notó algo blando, orgánico, y antes de poder girar la cabeza un dolor agudo atenazó su brazo derecho. Giró bruscamente y vio una figura alargada, apenas diferenciable en su color de la arena, caer al suelo y después apartarse rápidamente. Liam se giró para observar la herida. Dos orificios marcaban su piel y se enrojecían ante sus ojos. Succionó con los labios varias veces y escupió al suelo la sangre densa.
Derrotado cayó de rodillas y empezó a sollozar. De nuevo sus pensamientos volvieron a Chiyoko. Vio su sonrisa en la cubierta del barco, su nariz, arrugándose siempre en ese gesto. Recordó que le contó el viaje que quería hacer y ella bromeó diciendo que se perdería por el desierto. Esbozó una suave sonrisa entre las lágrimas saladas y se planteó por primera vez que quizá no lo conseguiría, que podría morir en aquel lugar. Tenía sed, no había comida, y no sabía lo venenosa que podría ser aquella mordedura. Sólo podía aferrarse a la desesperación, pero al menos debía intentar sobrevivir. No desaparecería como había desaparecido ella. Se levantó, cogió la cantimplora y las pocas gotas que quedaban en ella y continuó la caminata.

Ella no le devolvió la sonrisa.
-Liam, hay algo que tengo que decirte.
-¿Qué?
-No sé si es el mejor momento. Pensé que tenía que intentarlo al menos, que tenía que venir contigo y saber si había elección.
-No te sigo.
-Me voy. En un mes. Me voy a marchar a Estados Unidos.
-Vale, eso es genial. Me encantaría ir contigo, tengo familia en Nueva York, creo que ya te hablé de mi tío, el que se llama como yo…
-No, no. Me voy sola.
-Ehmm,… Vale, lo entiendo, quieres…
-Liam, no me estás escuchando. No quiero seguir contigo. Hay cosas que han cambiado.
-¿Que han cambiado?- el tono de Liam se agravó drásticamente.- No, todo sigue igual, sigues tirándote a todo tío con el que te cruzas. Lo acepté y ahora…
-¡No! No lo aceptaste, dijiste que si, que no te importaba, que creías en las relaciones abiertas, pero era mentira. Nunca aceptaste eso. Y yo me tenía que haber dado cuenta antes. Es culpa mía, vale. Pero tú tenías que haber sido sincero. Si no podías soportar esta relación no debías haberla mantenido.
-La mantuve porque quería estar contigo.
-¿A cualquier precio?
-Si.
-Pues lo siento pero ya no funciona. Ya no es que quiera seguir viendo a otros, es que no quiero seguir viéndote a ti.
La mirada fría de Chiyoko atravesó a Liam como una daga. Él recordó la ternura de su abrazo, apenas unos minutos antes, y en su mente sólo podía odiarla, la hipocresía de ella fustigando su ira. Chiyoko se giró de nuevo hacia el mar, indiferente. Fue el último aguijonazo que necesitó. Se abalanzó sobre ella, cegado, alargando sus fuertes brazos. Rodeó el delgado cuello de Chiyoko con los dedos y atrajo hacia sí su cabeza, obligándola a mirarle. La mirada de ella, los ojos abiertos llenos de sorpresa y miedo, incapaces de entender qué había sucedido. Las manos de él temblaron sobre la piel pálida de Chiyoko y cayeron lágrimas de los ojos de ambos, los de Liam entrecerrados, los de Chiyoko en apertura imposible. Entonces la soltó, dudando un momento, observando las marcas rojas que habían quedado en la garganta. Sabía que tenía que hacer algo, que debía actuar mientras tuviera energía, pero su mente estaba muda, sólo su instinto reaccionó. Mientras ella daba un paso atrás y hacía esfuerzos por tragar él la sujetó por la cintura y la levantó sin dificultad, pasando su pequeño cuerpo en un solo movimiento sobre la borda del barco. Ella intentó luchar, pero su reacción llegó tarde. Ni siquiera gritó cuando Liam la dejó caer. Observó como Chiyoko caía. Cuando oyó el golpe se apartó y se dejó caer en la cubierta.

¡No! No era cierto, eso no ocurrió así. Liam se secó el sudor de sus ojos que se mezclaba con las lágrimas y trató de aclarar la mente, de deshacerse del zumbido que había empezado a llenar sus oídos. ¿Cuándo había aparecido ese ruido? Pero no, eso no había sucedido. Ella no le había dicho que pretendía abandonarle, claro que no. Tuvieron una discusión, pero ahora no podía recordar porqué. Si al menos ese ruido parara podría pensar con claridad. Detuvo su camino y los pies se hundieron suavemente en la arena. El desierto parecía temblar en la luz del crepúsculo. Miró hacia el sol, rojo como nunca lo había visto antes, pero apenas pudo aguantar unos segundos. Se dio la vuelta y siguió caminando, recordando a Chiyoko. Es cierto que nunca volvió a verla después de aquel viaje, pero eso era porque ella se había marchado. Eso creía. Él estaba enamorado. Siempre le costaba usar esa palabra, pero era así. No importaba lo que ella hiciera, nunca podría herirla. Recordaba perfectamente su bajada del barco en el puerto, el paseo hasta la parada del autobús, cargando con las maletas, sus bromas sobre que su abuelo debió prestarles también el coche. Veía con claridad los días posteriores, la incertidumbre. Los padres de Chiyoko hablando con él, preguntándole si sabía algo del paradero de su hija, la escueta nota que había dejado en su cuarto y que ellos mismos le enseñaron. No se podía haber inventado todo eso. Podía confiar en su memoria, de eso estaba seguro.
La noche se cerró sobre él como una trampa. El frío empezó a rodearle, pero su cuerpo ardía febril. No obstante continuó. Sabía que la muerte acechaba entre las dunas, y tenía que llegar a la ciudad. Si seguía caminando lo lograría, estaba seguro, y allí se salvaría. Le extraerían el veneno, y le darían de beber. No, seguramente le pondrían suero. Pero él pediría agua de todas formas. El paladar empezaba a dolerle. Y el ruido, harían desaparecer el zumbido, podría volver a pensar. Sí, todo eso lo provocaba el veneno de la serpiente: el ruido, los falsos recuerdos. Él quería a Chiyoko, más de lo que había querido a nadie nunca. Por eso había aceptado sus condiciones. Rodeado por el frío del desierto sólo deseaba el agua de sus labios, el calor de sus piernas abiertas.
Entre el zumbido que ahora le volvía loco empezó a atisbar poco a poco algo más. Al principio no estaba definido, era más una sospecha, pero después de unos minutos empezó a estar claro. Era el sonido de un arroyo. Dubitativo Liam aceleró el paso. Al pasar la cima de la duna vio un círculo brillante a unos metros. Sin saber de donde surgían las fuerzas corrió duna abajo hacia la luz. Unos metros antes de llegar vio algo que no podía explicar. En medio de un claro de hierba, rodeada por siete árboles se erguía una fuente, con un flujo constante que se derramaba por los bordes. Junto a ella una figura femenina alargaba la mano. Era ella, era Chiyoko. El corazón de Liam dio un vuelco, y sintió lágrimas de alegría que no estaban allí. Sabía que estaba viva. ¿Pero porqué estaba allí?
Cuando la mano de Chiyoko rozó la superficie de la fuente, ésta se derrumbó con un estruendo y un rio salió de las entrañas de la tierra. El caudal arrastró a Chiyoko, sumergiéndola enseguida, haciéndola invisible para Liam. Él se adelantó con un gritó angustiado, tratando de rescatarla pero sin poder evitar pensar en el frescor del arroyo calmando el ardor de su piel y acabando gentilmente con su vida.
Volvió a escuchar un rugido a un lado. Miró desesperado, con ojos resecos, la vista nublada, y reconoció la escena. Chiyoko estaba allí también, apoyada en la barandilla del barco, meciéndose sobre las olas, a contraluz. Y de nuevo la sombra detrás de ella, como un manto que no paraba de crecer, unos ojos rojos refulgiendo en el centro de la oscuridad. Chiyoko se giró hacia el monstruo y le observó con cara serena, el terror ya olvidado. Un tentáculo negro, viscoso, se deslizó despacio, como una caricia, alrededor de la cintura de Chiyoko, la levantó en el aire y la llevo hacia la oscuridad. Liam miraba boquiabierto sabiendo que era inútil hacer nada frente a aquella amenaza, pero también paralizado por el miedo. ¡Cobarde! gritaba la voz en su cabeza. Pero él seguía mirando mientras el monstruo devoraba a Chiyoko, la oscuridad cubriendo cada parte de su cuerpo, hasta enterrarla por completo. Después creció, se hinchó, haciendo desaparecer sus propias extremidades, tragándose poco a poco el cielo y el mar, unificando todo en negro, el fin de todo.
Después sólo quedaba el desierto, y sobre él, errante, una figura de pelo rojo ensortijado, un hombre llamado Liam, caminando en círculos con expresión vacía en sus ojos y una sonrisa en sus labios. “Fue eso”, pensó, “ahora lo recuerdo. No fui yo, y ella nunca me dejó. Fue el monstruo quien se la llevó.” Y supo que la punzada de culpabilidad que sentía no era más que los remordimientos por no haber tenido el valor de enfrentarse a él, de arriesgar su vida por salvar la de ella. “Pero habría sido inútil.”
Cayó sobre la duna. Su nariz sangró apenas unos segundos, y enseguida la arena, arrastrada por el viento, se introdujo en su boca.

domingo, 23 de marzo de 2008

¿Y quién quiere a Tokyo?

Quizá no debería hacerse una actualización o crítica sobre un libro que no he leído al completo, del que una larga mitad me separa de su desenlace final...

Pero como considero igual de importante a leerse un libro el período en el que te cansas de un libro, lo abandonas y luego vuelves a leerlo, hablaré un poco de "Tokyo ya no nos quiere" del afamadísimo escritor en círculos gafapastas y tremendísimo macho ex- novio de Cristina Rosenvinge, Ray Loriga (en una frase se puede decir mucho de una persona).

Esta es una de las novelas más importantes de su autor y tiene una premisa bastante interesante: un vendedor de drogas en Norteamerica cuya mercancía sirve para olvidar el pasado, todo lo que se quiere, llegando a vivir todos en una sociedad en la que todo el mundo tiene de todo salvo recuerdos, y en el que la gente puede inventarse toda su vida de nuevo porque ni nadie, ni él mismo, puede recordársela.

Con una premisa tan interesante y, recomendado por una amiga (a la cual puedo devolvérselo mañana o darle una oportunidad estar 3 meses más con él), me lancé a ciegas a leerlo. No empezaba mal, lo que es un buen rasgo como escritor de Ray Loriga, sabe engancharte en la historia, sus recursos de estilo son interesantes y muy cuidados y sabe mantenerlos, casi casi a lo largo y ancho de toda su novela.

Pero eso es sólo lo que parece, porque una forma tan cuidada, la forma por la forma pierde al lector entre una masa de recuerdos olvidados de los que uno mismo sólo desea aislarse y escapar, no en un sentido poético, ha habido múltiples ocasiones con el libro en mis manos que lo he cerrado como quien sale corriendo de un callejón sin salida porque ha visto una sombra.

¿Es necesario tanto cambio de visión del personaje, tantas reflexiones y tanta estética de diario para contar esta historia? Supongo que para lo que anda por la cabeza de Loriga sí, es imprescindible contarlo así.
Para Airín como lectora, No, no es imprescindible sino que la deja perdida en una maraña de reflexiones psicológicas (en ocasiones bastante pedantes e innecesarias) en las que su única motivación es salir y que el personaje protagonista coja el coche y siga huyendo.

Hay grandes cosas en esta novela, sobre todo para los lectores trascendentes habituales de Loriga, como el retrato que va construyendo de un personaje que no aparece en la historia, que el protagonista ha olvidado pero no logra olvidar por completo. Un personaje de una mujer de Tokyo (o relacionada con Tokyo... como no he terminado el libro no puedo hacer un spoiler y reventar un final que, seguramente, yo no entendería) que él amaba o ama, que no sabe de todas las drogas que toma en el libro.

Por otro lado, él, el protagonista, no acaba de encajar en ningún lugar para mí. Antihéroe, sin memoria, un fugitivo continuo y elegante que imagino tan atractivo como Loriga, se queda desdibujado, borroso, moviéndose en el mar de recuerdos perdidos.

Y eso es lo que no me gusta en esta novela, que todo está en el aire, etéreo, perdido, entre nubes como si no existiera. No sé que cuenta, no sé lo que hay, no sé donde estamos pasadas 180 páginas... y lo peor de todo es que no sé si quiero saberlo...

Ya veremos.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Do androids dream of electric sheep?

Veo que al final de mi vida me pasará lo mismo que al personaje de Woody Allen en Zelig, estaré con la vergüenza de no haber leído Moby Dick o cualquiera de esos grandes clásicos de la literatura que, todo el mundo a mi alrededor habrá leído...

Por el miedo a que eso pase, me voy reformando y, por ello hoy quiero hablar de la única novela que me acabo de leer de Philip K. Dick, ese relato en el que se basa la película de Ridley Scott que ahora acaba de volver a la moda, tras 25 años desde su esteno.

Ahora que estamos trabajando con adaptaciones, lo que se hizo en cine con la prosa de Dick me ha dejado de piedra, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia? casi...
Todos los personajes en cine siguen modelos arquetípicos del héroe, de la lucha, y todos, al menos en los géneros de acción y fantasía o ciencia ficción, tienen la meta de seguir con vida, de ahí que lo más interesante de la película fueran las luchas por la supervivencia en una sociedad en la que nadie está seguro de si su vida es cierta o no. Eso se manifiesta en la novela de un modo que era más difícilmente cinematográfico, en una sociedad en la que los hombres se han marchado a Marte (a ver cuando empezamos a irnos nosotros, que ya vamos con retraso) aquellos que prevalecen en la tierra buscan su estatus, su estilo de vida burgués en un desierto, y eso lo consiguen con la posesión de animales. No sólo animales. Animales vivos.
Un mundo en el que los humanos valoran tanto los animales en vida y hacen continuas réplicas eléctricas más económicas, e incapaz de asumir lo mismo para los propios humanos, divididos entre androides y humanos, con la única diferencia de la empatía...

No es plan de insistir más en el argumento de un relato de poco menos de 100 páginas, pero el mensaje que lanza Dick acerca de la vida, con cientos de subtextos como la culpabilidad, las luchas éticas, la supremacía de la especie (como algo incluso racial) y la crueldad llega a ser más interesante en ese escaso número de páginas que ciertas novelas de Asimov, otro autor muy consagrado al que aún no he encumbrado ni mucho menos. Y eso es porque Dick no sólo crea un mundo futurista desesperanzador e interesante, con unos personajes que ya no puedo dejar de ver como Harrison Ford, Rugter Hauter, Daryl Hannah y Sean Young, aunque sean tan diferentes a los modelos heroicos diferentes que representan en la película, sino porque toca el tema que más puede preocupar a una persona en cualquier momento de su vida, un tema que, importante o no, todos han pensado por lo menos 5 segundos: si lo que hay detrás de las religiones, de la otra vida, del futuro es tan falso como podríamos serlo nosotros mismos.

porque nosotros sabemos que somos humanos por nuestros recuerdos, nuestra sangre, nuestro dolor, todo lo que nos hace parte del mundo: la empatía, pero, ¿y si sólamente fuera porque hemos evolucionado, como los propios androides de la novela de Dick?

desde luego, no creo ser un androide, desgraciadamente nuestro mundo no ha llegado a ser tan avanzado y decrépito como para tener una caja de empátía que controle nuestros sentimientos, pero si me planteo que todo puede ser menos visceral y menos real de lo que nos planteamos... porque como decían en la película:

- es una pena que no pueda vivir, pero ¿quién vive?

esto pasa cuando lees este libro, miles de pensamientos sobre tantos temas... y apenas podría decir que sí, que está cojonudamente escrito y traducido, que me han encantado las definiciones de los personajes (una pena que Irán se quedará fuera de la película, aunque le da mucha más fuerza a Deckard ser un personaje solitario), las situaciones con respecto a los animales me han impresionado gratamente y me han dado ganas de leer todo lo que alcance de Dick... aunque al final de mi vida no me de tiempo a todo...

...pero...
¿quién vive?

lunes, 17 de diciembre de 2007

Cordón

Hace dos meses que no subo nada aquí, pero (aun) no lo he abandonado. Para nuestros posibles lectores (al menos mis colaboradores espero que lo lean y lo critiquen, pó favó) hoy inauguro la etiqueta Relatos. Con un relato propio se entiende. Leed y sufrid. Pero sobre todo comentad, criticad, destrozadme si es necesario. Aunque si hay algo bueno también os agradecería que lo hagais constar. Si no lo hay no me hagais la pelota porque pobrecito..., no es necesario.


CORDÓN

Otra vez los cordones desatados. Como lo odiaba. Siempre igual con esos cordones redondos. Tenía que cambiarlos por unos normales, siempre lo decía. Pero lo iba dejando día tras día.
Miró el reloj sin dejar de caminar. Llegaba tarde. Siguió andando, no se iba a detener ahora a atárselos. Eran sólo diez minutos más hasta la cafetería. Ya lo haría allí, una vez sentado delante de Andrea. Cruzó la calle mirando rápidamente a ambos lados. Pensó que sería jodido que se tropezara ahora con el cordón desatado y le atropellaran.
Era un día muy frío. Metió las manos en los bolsillos y apretó el paso. No podía evitar pensar en los cordones. Se preguntó porqué esos detalles tan nimios le ponían tan nervioso, las cosas fuera de sitio, era algo que le incomodaba. Estuvo a punto de agacharse junto a la panadería, pero el abrigo era corto, le dejaría la espalda al aire un momento, y hacía tanto frío.
Llegó al siguiente paso de peatones. Al otro lado había unos pivotes para evitar que los coches aparcaran en la acera. Allí los ataría. Se podía permitir perder diez segundos, Andrea no se enfadaría por eso. Cruzó ansioso por restaurar su pequeño orden. Llegó hasta el pivote, alzó el pie izquierdo y lo apoyó. Agarró las dos puntas, hizo el nudo y una lazada con maestría. Cuando hubo terminado oyó un chirrido a su derecha, y un ruido metálico. Se giró justo a tiempo de ver el coche abalanzarse sobre él.
El conductor perdió la consciencia sólo unos segundos. Rápidamente se levantó del asiento y salió por la puerta. El coche estaba incrustado en la pared de un edificio de ladrillo. Apenas había podido ver a aquel hombre antes de arrollarle. Dio la vuelta al vehículo y allí estaba su cuerpo, inmóvil sobre el suelo. Las piernas tenían una postura antinatural. Los cordones de las zapatillas estaban desatados.

sábado, 20 de octubre de 2007

Cuentos del agua

He pensado que es una buena idea publicar aquí convocatorias de concursos de relatos de las que tenga noticia, para aquellos que estén interesados en participar. Invito a mis colaboradores a hacer lo mismo (y así yo también me entero).
En este caso se trata del concurso Cuentos del Agua, organizado por la Expo Zaragoza 2008, que tiene como temática (¿lo adivináis?) el agua. Del mismo modo todos los relatos presentados a concurso tienen que tener relación con el agua. De hecho según las bases se juzgará la relevancia que ésta tiene en el relato. Para aquellos que estén interesados podeis encontrar más información aquí: Escuela de escritores.

Por mi parte pretendo participar. Tras el fallo del jurado es posible que publiqué aquí mi relato para escarnio público (podeis comprar piedras para la lapidación en la entrada, las bolsas de gravilla están de oferta).

lunes, 8 de octubre de 2007

Cuando los escritores entran en el mundo del cine...

El pasado Lunes tuve la gran presentación anual que inicia los comienzos de las clases de la escuela de cine y artes de Madrid... en ella pudimos ver, en gran primicia, la última película del escritor, director y jurado de San Sebastián, Paul Auster

un gran tipo, Paul Auster
gran escritor, gran nombre reconocido, gran director de cine desde la oportunidad que le brindó Wayne Wang con Smoke... gran moderno

Paul Auster es un escritor del momento, de los modernos, de los adolescentes de ahora
pero debo reconocer que este hombre no ha escrito para mí...

este verano decidí comenzar la aventura de leer a Auster. después de ver Smoke y comprarme el Cuento de Navidad de Auggie Green (que, hasta la fecha, es lo que más me ha gustado de él, tanto el relato como la película) decidí empezar con El Palacio de la Luna

es una historia con una premisa muy interesante, la búsqueda de un mito, de un padre, la ausencia de un referente paterno y cómo influye en la vida, la repetición en bucle de las vidas, el amor y todas sus consecuencias catastróficas... tiene muchos temas interesantes que quizá no supe captar, quizá el hecho de que me resultara tedioso y, en ocasiones, algo aburrido pero con un buen sabor de boca final (al menos, por haberlo terminado) fuera responsabilidad mía

de modo que decidí dar otra oportunidad al escritor y recibí como regalo de cumpleaños la ansiada Trilogía de Nueva York
tres relatos con idea policiaca... con la misma idea... con el mismo modo de escribir...
clones...

George Lucas creó a los peores clones de la historia, sobre todo, porque los puso todos juntos en una gran pantalla. No llegó a tanto, pero los tres relatos, en novelas diferentes, hubieran tenido mejor resultado. Puedo entender tres historias diferentes sobre la vida en Nueva York, pero tan similares...

Lo cierto es que Auster se arriesga muchísimo en sus personajes, es un escritor íntegro, se mete en los pensamientos más inciertos de los personajes y no ha creado filosofía barata como tantos otros, pero en todos sus libros pasa lo mismo, siempre el protagonista es un personaje herido, siempre ha sufrido la pérdida de una mujer o hijo (que conste que no es un dato spoiler, en casi todos sus libros a las 30 páginas ya sabes a qué persona importante en su vida perdió el protagonista) y no llega a ser, para nada, todo lo innovador que el fanatismo literario ha creado

pero todos los "grandes" merecen otra oportunidad... así que vimos La historia íntima de Martin Crown en el Kinépolis con el grandioso David Thewlis y la guapa Irene Jácob (debo definirlos así, el está genial, ella, sólo guapa)
en fin, quizá hablando de cine esté más en mi ambiente, pero es una novela gráfica en un proyector... tiene una maravillosa idea que espero que, algún día explote de una mejor manera, una musa enamorada del escritor y cómo él decide sacrificar su obra por ella
Tras la idea, apenas queda la interpretación de Thewlis, cercana, divertida, perfecto en el papel del gruñón Auster. y eso es todo lo bueno que diría que tiene...
Cuenta con una dirección cutre y forzada con los típicos flashes en blanco y negro típicos en los más ñoños del cine, planos cerrados en el mismo ángulo y abiertos de nuevo en el mismo varias veces, hasta cansaral espectador y, lo peor al tratarse de un escritor de talle, un lamentable ritmo que hace que la historia parezca acabar continuamente o que, al menos, uno lo desee...

No sé por qué me extrañó, lo mismo sucedió con Lulú on the bridgue que, pese a Harvey Keitel y un par de hermosas frases de autor, peca de lo mismo

¿Quizá es que Auster empezó a fastidiarla cuando se metió en el cine? ¿Ha llegado a confundir ambas carreras y ya no nada en ninguna? no sé si hizo Smoke antes o después de las novelas que he citado, es que me ha desinteresado hasta ese punto de, ni siquiera, apretar una tecla en el google

pero aún así no seré rencorosa e intentaré amoldarme al mundo cultureta moderno, que suele tener muy buen gusto salvo excepciones

así que... ¿alguien me puede recomendar alguna obra decente de Paul Auster o le mando definitivamente a tomar por saco?

lunes, 1 de octubre de 2007

Wild Cards (1)

WILD CARDS
Edited by George R. R. Martin

En 1986 el mundo de los superhéroes estaba cambiando. Gran parte de la culpa la tuvo Watchmen la obra maestra del cómic de Alan Moore. Al final la gran revolución del mundo del cómic se quedó en agua de borrajas por motivos en los que no me explayaré aquí (y que el propio Moore explica tan bien en sus entrevistas). Pero el caso es que algo cambió en la percepción de ese género aquel año. El volumen 1 de Wild Cards apareció efectivamente en 1986, y tiene un obvio punto en común con Watchmen. Son ambas obras "adultas" dentro del género superheroico (aunque Wild Cards en formato de novela y Watchmen en cómic) y ambas se plantean como sería el mundo real si existieran de verdad los superhéroes. Y ambas son lecturas que merecen la pena.
Wild Cards nos plantea un mundo alternativo en el que, tras la Segunda Guerra Mundial, un virus extraterrestre llega a la Tierra, matando a miles de personas, transformando y deformando a otros (los llamados Jokers), y dotando a unos pocos elegidos de superpoderes (los llamados Ases). A partir de este punto vemos la historia de Estados Unidos en este universo alternativo, desde los años 40 hasta la actualidad (lo que era la actualidad en 1986, claro).
La historia está construida a base de relatos cortos, cada uno realizado por un autor diferente, y editados por George R. R. Martin (uno de los autores de fantasía y ciencia ficción más famosos en los últimos tiempos gracias sobre todo a su saga Canción de hielo y fuego, a la que estoy irremediablemente enganchado) que también colabora con la historia Shell Games y los interludios que salpican la novela.
Toda obra de este estilo sufre un lastre de partida, y es la irregularidad en la historia. Wild Cards no es una excepción. Obviamente unos relatos son más interesantes que otros, pero la idea general de la obra y la empatía (o la repulsión) que provocan los personajes es suficiente para mantener el interés durante casi toda la obra. Hay un par de ellos, no obstante, que cuestan un poco más: The long dark night of Fortunato (de Lewis Shiner), por excesiva, y Down deep (de Edward Bryant y Leanne C. Harper) por aburrida y farragosa. Esto se compensa con algunas historias geniales, como la ya comentada Shell games, donde se puede apreciar la gran habilidad de narrador de George R. R. Martin, que le ha valido tanto éxito posteriormente, Transfigurations (de Victor Milán) donde nos encontramos con el mismo Jim Morrison y nuestra primera verdadera lucha de superpoderes, o The Sleeper (de Roger Zelazny) si bien no por su calidad literaria sí porque nos presenta uno de los personajes más interesantes, Croyd Crenson.
En general un libro más que recomendable, especialmente para lectores de comics, que verán muchos de los clichés del género enfrentados a la dura realidad. En realidad no es más que el primer tomo de la primera trilogía de una saga que lleva ya 17 volúmenes (con el 18 saliendo en enero de 2008). Pero desde luego al menos para al menos los dos siguientes a mi me han convencido.
Nota: 7,5
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